Llegó el chacal, la voz de sus poetas
La artista iraní Farideh Lashai ha expuesto en los últimos meses en el Museo del Prado, esta es su autobiografía
SHIRIN SALEHI - @ABC_Cultural
Llegó el chacal recoge un escrito autobiográfico que nos tiende la mano para adentrarnos en el intenso mundo que envuelve y aprisiona a su autora. Farideh Lashai (1944-2013)
recorre con lucidez y un firme compromiso social inherente a su
humanismo crítico, en fragmentos entrecortados y por medio de recuerdos
personales y heredados, la historia moderna de Irán. Ella no
desea conformar una novela histórica sino presentar un homenaje a las
mujeres de su vida -su madre, su abuela y su hija- y a su adorado
hermano, un fervoroso militante de la izquierda iraní cuyos pasos
marcaron en distintos momentos el destino de su hermana.
Lashai se interroga continuamente sobre su identidad como mujer, artista y ciudadana.
Este diario de cuestionamientos e introspección es un desnudo encuentro
de su emoción y pensamiento, escrito sin ornamentos. Y a la vez, una
conmovedora crónica de momentos claves de la historia de Irán, desde los
inicios del siglo XX y el movimiento revolucionario Jangali a orillas
del Mar Caspio (1914)hasta la Revolución del 1979 y la desdichada guerra de ocho años con el vecino Irak (1980-1988).
Lírica de la pérdida
El
escrito de Lashai es una lírica de la pérdida y de la nostalgia de la
morada. El anhelo del retorno a la Celebración de la vida como
festejaban antaño en su querida ciudad de origen, Rasht. Ella describe
en hermosos pasajes pictóricos las celebraciones sagradas y
religiosas, las diversiones de los festejos de tradiciones ancestrales y
alegres rituales en los jardines y las casas, reuniones multitudinarias
que conformaban las vidas de una abuela y una madre como emergidas de
una fascinante historia mitológica escrita por algún poeta persa. Aún,
los tiempos de la irremediable condición de extrañamiento, la no
pertenencia y la experiencia solitaria del dolor no han amanecido. Un dolor que arrastra la guerra, el exilio y su estancia de dos años en la cárcel.
Aquella cárcel dentro de la cárcel. Lashai desea desempolvar su amada
tierra agrisada por el pesar y la muerte. Devolverle el perfume
embriagador de sus jardines, el canto de sus ruiseñores.
Canto a la integridad
Esta
tierra, empero, es un Irán más allá de los confines geográficos que
delimitan aduaneros uniformados. Lashai no se busca en naciones ni
banderas. Su himno nacional no es sino la voz de sus poetas, el
escepticismo aprendido de Brecht
en sus años de formación en Alemania, la inmensa herencia cultural e
histórica que le es transmitida y el canto a la integridad y la libertad
del ser humano.
Su
autobiografía es un denso escrito de fragmentos entrecortados. ¿No es
acaso éste aquel irremediable estado discontinuo del ser del exiliado
que evoca Edward Said?
Discontinuidad e intentos de reconstrucción. Ella reconoce en su
escritura un «collage» complejo y a veces confuso. En estas idas y
venidas, relatos que saltan de una década a otra, estremeciendo el
corazón del lector, una materia-madre se mantiene íntegra y es la poesía
de la que se embriaga esta escritura. No es una cuestión de estilo. No
es la conformación de las cadencias, silencios y rimas que suena a una
hermosa pero triste música de cámara, sino la fuente de su escritura.
Son su mirada y su ser poéticos que alimentan un escribir que emerge
solo de la enraizada piel del pueblo iraní en la poesía. Sería
improbable pensar que en la tierra de Hafez sus gentes no supieran
esquivar al tirano con el inquebrantable refugio de la poesía para sus almas.